Mandarín

[vc_row][vc_column][vc_column_text]

Mandarín

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”699″ img_size=”500×500″ alignment=”center”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

En un lugar muy cercano, en la cumbre de la montaña más alta del lejano oriente, vivía Nanao, en un templo con las paredes de seda, seda que utilizaba de lienzo para pintar todo lo que se le ocurría. El templo era enorme, tenías que caminar un día entero para recorrerlo, inmenso y totalmente vacío. Sólo había paredes inundadas de color y una mesita de noche con 14 cajones, mueblecito que utilizaba para guardar las plantas con las que se fabricaba las pinturas. Y en lo alto de la mesita, una lámpara milenaria llamada Mandarín cuya luz era tan brillante que iluminaba todo el templo.

En la montaña pasaba sus días Nanao llenando de color todo lo que le rodeaba, bailando con los pinceles, creando mundos de seda y azafrán. Un día, tumbado en la tierra del templo, cerró los ojos y, cuando los abrió, la lámpara dejó de brillar. La oscuridad tomó aquel lugar, las paredes de color, ahora, eran negras y, el azafrán, carbón. Nanao, asustado, sabía que su lámpara era muy peculiar, no se alimentaba de electricidad. Cogió a Mandarín del pañuelo que envolvía su cuello y lo enganchó a su espalda. Emprendió camino en busca de alguien que le ayudase a recuperar su luz.

Se fue encontrando con mucha gente en el descenso de la montaña. Nanao les hablaba de Mandarín, les contaba que su luz había dejado de brillar, que las paredes de su templo estaban negras….

Algunos se empeñaban en averiguar por qué se había fundido la bombilla, querían ponerle nombre a la avería y comentaban:

Eso va a ser del cable rojo, que ha rozado al amarillo por la parte externa haciendo masa con el cable verde, vamos, un cortocircuito. Él les contestaba que su lámpara no tenía ni cables ni enchufe.

Otros intentaban venderle bombillas de todas las formas, aprovechar la circunstancia para hacer negocio. Le hablaban de bombillas de bajo consumo, lucirían menos y la luz sería triste, pero estarían siempre encendidas. Nanao les contestaba que le gustaba la luz intensa y cálida, no le gustaba la penumbra.

Muchos otros se burlaban, parloteaban de lo que le había pasado a sus espaldas, se reían del apagón, lo tomaban por loco. A éstos Nanao no les contestaba, intentaba que sus burlas no le afectasen y los ignoraba. Él no sabía lo que hacer para arreglar su lámpara, pero sí tenía muy claro las personas que no quería en su camino. El pequeño pintor, que era bastante cabezota, seguía buscando la fuerza que necesitaba Mandarín para seguir brillando.

Miró a lo lejos y observó a un señor con muchos artilugios de colores a su alrededor, se fue acercando y se dio cuenta de que fabricaba juguetes de madera. -Hola, mi nombre es Nanao, usted que es artesano, ¿podría arreglar mi lámpara? Es una lámpara milenaria y no tiene cables. -Yo no puedo arreglar tu lámpara, – le contestó el señor sin retirar la mirada del juguete que tenía en la mano- puedo darte algún consejo para que encuentres la luz.

-Aconséjeme pero le advierto que Mandarín es un poco peculiar.

-La luz que buscas está dentro de ti, tú eres luz. Las personas caminamos solas, lo que necesitamos está en nuestro interior.

-¿Solos?¿Que yo soy Luz?¿La luz que necesita Mandarín la tengo yo dentro? (Nanao levantó su camiseta en busca de su luz interior, pero sólo observó su ombligo).

No entiendo nada. Mucho interior, mucha luz pero Mandarín sigue apagado.

A pesar de no saber lo que el artesano le quería decir se quedó con sus palabras, se sentía ilusionado.

Continuó su camino, se adentró en un pueblo donde los almendros estaban en flor todo el año, las casas estaban abiertas y sus fachadas recubiertas de cerámica de colores. Una de esas casas llamó su atención, era azul marino y turquesa, un gato negro paseaba por su tejado y la silueta de una mujer se dejaba entrever por la ventana. Nanao, movido por la curiosidad, se adentró en aquel lugar.

-¿Hola?…¿Hola? – caminaba a paso lento mirando a su alrededor – ¿Vive alguien aquí?

Alzó su mirada y por las escaleras comenzó a bajar una mujer de rasgos orientales, sus movimientos eran lentos y armoniosos, su cuerpo lo envolvía una bata de algodón que le tapaba hasta la cabeza y por sus mejillas se dejaban caer dos lágrimas.

-Hola, mi nombre es Sora, ¿quién eres tú? ¿Qué llevas enganchado en la espalda?

-Mi nombre es Nanao, perdona por entrar de esta manera pero es que la curiosidad…

-No te preocupes, en este lugar las puertas están abiertas, nos encanta recibir visitas de gente desconocida. ¿Qué te trae por aquí?

-Camino por el mundo buscando personas que me ayuden a encontrar luz, que me ayuden a recuperar la alegría.

Me ha gustado este lugar, me atrae el olor que desprenden los almendros.

– Creo que estás en el sitio equivocado, no te puedo ayudar, me siento triste, no soy la persona más indicada para solucionar averías de alegría.

-¿Por qué estás triste? ¿Por qué lloras? ¿También se ha fundido la luz que ilumina tu casa?

-¿Luz? – entre las lágrimas apareció una pequeña sonrisa – No tengo ningún problema de iluminación, no sé exactamente lo que me pasa, sólo sé que tengo todo lo que alguien pueda desear y no me siento feliz.

-De un artesano aprendí que la felicidad está dentro de ti, todo lo que necesitas está en tu interior – le contestó Nanao.

-¿Todo está en nuestro interior? Yo no entiendo la vida sin la compañía de los demás, los atardeceres son más naranjas y morados con alguien a tu lado. ¿Te has detenido a mirar alguna vez la luna? No brilla igual si la miras solo, la luna es fantástica. ¿Te gusta el otoño? ¿Te has revolcado alguna vez en la hojas secas jugando con ellas como si te abrazaran? No es tan divertido si lo haces solo. No imagino una vida sin una familia, sin amigos…

-Pero entonces ¿tú no crees en la fuerza que tenemos en nuestro interior? ¿No crees que podemos ser felices sin depender de los demás?

-Yo creo en el Amor.

En ese momento, Mandarín pegó un chispazo, hizo unos cuantos movimientos bruscos y se volvió a iluminar.

– ¡Mi lámpara ha vuelto a brillar! He conseguido lo que buscaba, muchas gracias por recibirme en tu casa, gracias por tus palabras, no sé por qué pero Mandarín luce con más fuerza que nunca. ¡Vuelvo a mi templo! Nanao salió corriendo, sin dar tiempo ni a que su compañera se despidiese de él. Subió toda la montaña, entró en su casa y posó la lampara en su lugar, en lo alto de la mesita y, en un visto y no visto, Mandarín se volvió a apagar. La oscuridad volvió a tomar aquel lugar. Nanao no sabía qué pasaba, lo único que sabía era que Sora no se le iba del pensamiento, no paraba de acordarse de su mirada de niña, las curvas de su cuerpo, la intensidad de sus palabras y la tranquilidad que sintió al estar a su lado. Volvió a engancharse a Mandarín a la espalda, esta vez no buscaría luz, fue directo a la casa azul del pueblo de almendros. El gato negro lo recibió en la entrada, entró de nuevo en la casa y allí estaba. Nanao se paró frente a ella y pasó las manos por sus mejillas secando sus lágrimas, la miró a los ojos y le dijo:.

-Contigo he aprendido que la vida no tiene sentido sin alguien a tu lado. La luna siempre ha estado en el cielo pero yo nunca la había mirado. Quiero que me enseñes a observar las hojas caer en otoño, revolcarnos sobre ellas mientras nos abrazamos.

Cuando llegue el invierno, sentarnos delante de la candela, estaremos calentitos, que más da si llega o no el verano.

Yo no sé si somos Luz o si dentro tenemos lo que necesitamos, sólo sé cómo me siento cada momento que estoy a tu lado.

Sora levantó la cabeza y soltó su última lágrima, esa lágrima no era de tristeza, los sentimientos de Nanao la habían emocionado. Cruzaron sus miradas y se fundieron en un largo abrazo.

En ese momento Mandarín empezó a toser, su color estaba cambiando, de amarillo pasó a rojo y luego a morado, tanta fuerza lo hizo estallar en mil pedazos.

-Tranquilo Nanao – le dijo Sora – estoy a tu lado. Juntos volveremos a iluminar la montaña.

La pareja de soñadores comenzó a llamar a todos los vecinos del pueblo, todos habían escuchado hablar de Mandarín e ilusionados buscaban por su casa todos los elementos que dieran luz: velas, lámparas, candiles… Cada vez eran más y más, juntos comenzaron a caminar hacia el templo.

Nanao por el camino se volvió a encontrar con los que no le ayudaron y todos los que se burlaban pero esta vez la situación había cambiado, ellos le dijeron que los perdonasen, la vida no tiene sentido pensando sólo en nosotros y sin pensar en la gente que nos rodea.

Cuando todos entraron al templo y se unieron para encender lo que llevaban, alzaron la vista y se dieron cuenta de que las paredes ya estaban iluminadas. Al juntarse todos con un mismo fin, las paredes del templo desprendían la luz más intensa y cálida que se pueda imaginar.

Nanao, emocionado, corrió hacia su mesita, sacó sus pinceles y, en el último trozo de seda que quedaba vacío, pintó a Mandarín. Cuando lo estaba terminando llamó a Sora, la miró a los ojos y puso el pincel entre sus manos, susurrándole, le dijo al oído:

– Mandarín no tendrá vida si juntos el cuadro no lo acabamos.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]